jueves, 6 de enero de 2011

SOL Y SANGRE.




Sentada bajo la sombra de un sauce, con sus ramas desnudas de otoño, ella tejía caricias, para poder estrenarlas en su talle.
A veces sonreía mientras recordaba algo que juntos habían disfrutado, y este recuerdo le producía cosquillas como la sombra de una ramita que casi la tocaba...soñaba.
Lo soñaba volviendo rodeado del por el sol a modo de casco. Y con una sonrisa que ella sellaría con sus labios.
El sol se fué corriendo lentamente, y el aire tornando mas fresco, mas sutil, como imperioso.
Ella tejía abrazos para cubrirle cuando su mirada, sombra y oro, se posase en sus ojos, para luego ir derrapando por sus cinturas, sus caderas...
Y así pasó la tarde solitaria, plena de su recuerdo. Hasta llegar el atardecer y la inquietud. 
El no llegaba. ¿le habría sucedido algo? ¿algún episodio en el camino podría parar sus ímpetus irrefrenables?
No, era imposible. Nada lo detendría de correr hacia sus brazos. 
Ya el fresco de la noche se fue trocando en frío y dando cincelazos acerados al cuerpo de la joven, quien se mantenía en su puesto. 
Y también llegó el pájaro del anochecer, que con un graznido anunción el relevo de las aves diurnas. 
Pero ella no se fue. Allí se quedó. Con los ojos detenidos en el camino, que ya casi no divisaba.
Solo percibía esa mancha oscura color sangre, oro. Ella se aferraba. Sus ojos ya no veían, adivinaban.
Cuando se intuye que el ser amado no vendrá, uno solo tiene como opción la retirada.
Sin embargo ella no era de las que podían dar un paso atras.
Y fue asi como su cuerpo se fue lentamente camuflando en tronco, sus ojos se tornaron hacia adentro para verlo de nuevo, en esa imagen que pretendía preservar para siempre.
Sus manos, dos ramas extendidas sobre las que crecieron flores color malva. Porque es el malva el color de quien no desespera.
Hoy si pasas por el camino a la estación allí verás a ese viejo árbol.
Ya está empezando a dar flores y los niños son atraídos por su regazo para subirse y jugar al caballito en sus ramas, esconderse tras su follaje, dormir y soñar bajo sus hojas verdes y largas.
Nada en este mundo deja de llegar en algún momento. Y él llegó, y ella lo esperaba.


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