martes, 1 de mayo de 2012

mi madre y el verano en llamas


Mamá se ve ya normal.
Pobre, está recobrando su aspecto de persona serena.
 Ella no es serena, nunca lo fue, pero con el tiempo hasta fue logrando esa cierta tranquilidad que solo suelen dar a veces, y  con suerte, los años bien vividos.
Y mamá los vivió. Claro que los vivió.
Ayer volvimos de ver a mi hermana. Difícil todo. Con PATRICIA siempre ha sido todo muy complicado.  Con sus interminables reclamos, sus exigencias, su pase de facturas hacia mamá.
Hacía años mamá y yo habíamos logrado una armonía de disfrutes pequeños, con salidas los viernes a la pizzería del pueblo, y los sábados al cine, a ver algún estreno de esos medio raros de cine experimental que a mi vieja le fascinan.
A mí me parecen aburridísimos, en general. Aunque debo reconocer que he disfrutado de algunos de ellos.  Mi madre, como siempre con su función didáctica, realiza sus comentarios técnicos sobre cada película, con sus eternas disertaciones acerca de directores y de vidas que no me importan. Pero ella se pone tan bien contándome, y a mí  me cuesta tan poco darle ese placer...
Nunca una de Hollywood, me quejaba yo. Sin embargo, conmigo cede. Siempre logro que ceda. Así vimos y nos lloramos ambas MAMA MÍA…..
Todo venía en nuestras vidas así, como el agua cuando viene tranquila y corre por su cauce, y uno jamás espera que se salga de él.
Pero un día, no hace tanto, diría ya tres meses, vino el desborde. No recuerdo como empezó todo, pero de repente, mi mamá, mi bella y seductora mamá, me pidió que la acompañase a comprar ropa interior negra, de esa que no se ponía desde hacía unos años.
Yo,  como es mi costumbre desde chica, no pregunté. Allí fuimos, y ella probaba. Yo la notaba intranquila, con esa intranquilidad llena de luces y de burbujas que reventaban en el aire  en su mirada. Era otra mi vieja.
Siempre fue bella. Pero puedo jurar que de repente la vi de nuevo joven, con prisas que yo creí que para ella estaban  ya superadas para siempre.
Esa noche sentí que se despertaba y escuché la computadora.
 ¡La vieja en la compu, a las cuatro de la mañana, mirando el face!.
Y escribiendo. Siempre escribe. Pero era algo diferente. Ella escribe de día, de noche, en cualquier parte. Como se le cante.
No ese frenesí de salir de su cama como posesa para ver algo y contestar no se qué.
Y de a poco me fui desayunando de él.
Y que ella solo lo pensaba a él.
Me dio un poco bastante de bronca.
 Ya estaba grande para eso. Y sé que había sufrido mucho. Ahora recuerdo tantas cosas….
No era una pendeja. Además, una vez que las cosas estaban tranquilas, que lo de mi viejo se había calmado, y los años eran casi iguales, todos los de veranos con mucha música e inviernos de dormir temprano ella, y cada vez mas tarde yo. Ella se levantaba para llevarme a la escuela. Siempre. Y luego su bendito trabajo. Ella amaba su trabajo, y lo padecía hasta con su salud. Pero éste no la amaba a ella. Era una mujer inmanejable. Muy complicado esto para quien desempeña una función social en un municipio.
Luego, el fin de semana, mis fiestas de quince, y mamá en medio de la madrugada y despistada, como siempre, con ojos de haber deambulado horas hasta encontrar la dirección del lugar donde yo bailaba y me divertía a morir…allí estaba, siempre estaba.
De repente, esa mujer volvió de la calle una tarde con el pelo lleno de olor a humo. Los ojos con  esa cosa que no lograba desentrañar. Pero estaba allí. Indudable. Ese mal, esa enfermedad del destiempo, de cosa fuera de lugar.
Empezó a irse en medio de la noche y a volver a la mañana para estar conmigo. Para atender su trabajo, como si no pasase nada.
Pero le pasaba todo.
Su mundo sereno y tan costosamente construido, por ella, esa mujer siempre temperamental, siempre pasional,  se había roto en pedazos. Se había roto el dique tan trabajosamente construido con tanto esmero por ambas.
Y ella lo disfrutaba.
No volvió a dormir hasta ayer. Eso estoy segura.
Primero eran esas horas en face mirando fotos, pidiéndome que le sacase fotos que ya no se sacaba.
Horas de verla esperar que él llamase, disimulando. Y de sentir que se inquietaba toda, cuando él la llamaba.
Yo le alcanzaa un abrigo, por las dudas, cuando salía de noche, tarde a hablar con él. Solía salir a hablar al parque, junto al verano en llamas. Yo la veía gesticular, sonreír como no la recordaba hasta ese momento de ranas y lunas con su figura al lado de la pileta….
A pesar de lo hincha que era todo eso…. La verdad….¡qué bueno que estuvo!.
La vi feliz, con ojos nuevos, mirada clara.
Una felicidad que yo quiero tener en mi vida. Y se la aprendí a ella, en esos días locos y desquiciados de su enfermedad de amor a destiempo.
El viaje apresurado a URUGUAY, que nunca había logrado concretar con mi padre.
Tanto tiempo pensándolo, hablándolo con él, y él nada.
La verdad es que no tenían mucho más en común que mi persona, y no sé qué cuestiones que ya habían caducado hacía tiempo entre ambos. Los quiero a los dos, lógico. Pero mi vieja es siempre una mina con ganas de todo.
Mi viejo no se calentaba por nada que no fuesen sus negocios, sus hábitos, en eso somos parecidos. El no quería que le cambiasen nada. Y no entendía que su mujer era una constante catarata de sorpresas, una caja de Pandora, un tsunami. Alguien nacido para cuestionarlo todo, revolucionarlo todo, rearmarlo todo con su voluntad de hierro y su corazón inconmensurable.
Mamá volvió de URUGUAY y era otra. Ya tenía veinte años menos, no exagero. Las dos entramos en otro ritmo. Le seguí sus pasos. Como siempre, me engancha.
Pero, la verdad, lo pasamos bien.
Ella corría en la noche, y volvía tan rara….
Recién en esos días me di cuenta de que había sido una mina muy linda. Me lo empezaron a decir mis amigas,  y todos cuantos nos rodeaban.
Hasta que apareció él. Y fue bueno. No me quejo. Pero de ahí en más, para ella se acabó la fiesta.
Ya esperaba y desesperaba. Y no sé qué. Solo sé que hablaban horas por teléfono. Y no quedaban en nada, eso creo.
Cada día mamá estaba más nerviosa, más inquieta. Más flaca.
Una madrugada la escuché llorar. Eso me preocupó. La vieja era dura. Eso no le pasaba
No dije nada.
Ese día él no llamó, y yo le pregunté, disimuladamente. Ella no comía vidrio.  No me dijo nada. Es una mujer dura. Por fuera. Es capaz de morir de dolor y no manifestarlo. Ha sido entrenada por años de dolor de chica. Y años de silencio.
Luego me llamó para decirme que habían roto. Que era lo mejor. Y nada.
Me tranquilicé, la verdad. Pero los días que siguieron fueron de ojos tan tristes, que rogué que él llamase, que ella lo volviese a admitir en el face.
Y así fue.
Todo, hasta las despedidas, tienen derecho a una segunda oportunidad.
Nada termina con mi madre de manera fácil.
Es insistente, demasiado hincha. Agota toda posibilidad que la vida le da.  Supongo que por algo es.
Volvió por muy poco tiempo a sonreír y a estar casi alegre.
Duró demasiado poco.
Recuerdo bien esa noche en que enojada conmigo, me miró como si no me conociera. No se conocía a sí misma. Lo había dejado. Se había dejado a sí misma, creo
Se había curado.
Recién siento sus pasos en el pasillo. Se levantó sin escalas, esta vez. Está curada.

Buscar este blog