sábado, 8 de octubre de 2011

EL SULTAN ABURRIDO

IMAN MALEKI
Cuentan que había en un lejano país, quizás en Arabia, hace muchos años, um Sultán, poderoso entre los poderosos, y a quienes todos obedecían desde tiempos inmemoriales.
¡ No había nadie que siquiera osase imaginar no cumplir con sus órdenes¡. 
La desobediencia a sus mandatos era pagada con  una muerte segura. O el dolor eterno para sus seres queridos. De quedar vivos,  la condena a una vida espantosa era dado por seguro.
Las mujeres tenían con él una sensación ambigua. Sentimientos encontrados,  que oscilaban desde el horror a que las mirase, si eran jóvenes, por el temor a sus proverbiales caprichos y crueldad, a una  atracción incomprensible e indescriptible hacia ese hombre al que todos obedecían y temían... casi un dios¡¡¡              y ....¿que mujer no soñaba, en lo mas íntimo, ser quien pudiese transformar ese ser en un enamorado gentil y rendirlo a sus pies?
Este sueño, este loco devaneo, acabó con la vida de muchas bellas jóvenes.
Volviendo a nuestro sultán, entre tantas condiciones excepcionales y que delimitaban sus características únicas, de líder absoluto, a las que no era ajeno el progreso de su pueblo, que crecía en poderío por sobre los pueblos vecinos, había una misteriosa leyenda que contaba que el rey ...SE ABURRÍA¡¡¡¡¡¡
Era su única fragilidad, vulnerabilidad.
Quien más quien menos, en la vida de cualquier hombre de ese lejano país, debido a sus muchas actividades para sobrevivir, unidas a la tarea de  cumplir los mandatos sin fin de su amo y señor, nada parecido al aburrimiento o el tedio estaba permitido.   El descanso en compañía de  varias mujeres, el alcohol que se escanciaba esos días generosamente, y la música del laúd que tañía alguna joven de cada casa, nunca daban lugar para ese extraño entrometido, EL TEDIO. 
No obstante, EL REY SE ABURRÍA.
Y lo peor era que cuando el rey se aburría se ponía de tan mal humor que era capaz de las mayores bestialidades, pedidos que debían ser cumplidos a pesar de su brutalidad, de lo absurdo de los mismos, de sus dolorosas y nefastas consecuencias.
Así, el aburrimiento del rey era el terror de su pueblo. 
Y su diversión tranquilizaba a todos.
Por eso, ese pueblo se esmeraba por desarrollar la ejecución de la música, y había virtuosos que no eran igualados en otros lugares del mundo conocido.
 Actores y bufones que lograban la risa hasta de quienes no tenían ganas de hacerlo, de solo tener delante al rey observando todo con su cara imperturbable, expectante, como un niño curioso, impaciente, impiadoso.
ALEIA, una joven que se había enterado de esta condición del rey, se enamoró de él. 
Ella podía salvar a su pueblo, lograr divertir a ese hombre con su voz de pájaro canoro, su cuerpo frágil y cimbreante como el junco, y su mente poblada de imágenes que brotaban una de otra sin límite.
Tras consultar a su familia, finalmente cedieron ante sus ruegos, y la acompañaron ante EL HOMBRE.
Este la miró con extrema curiosidad y detenimiento. Miró sus piernas, algo gruesas, única parte de su cuerpo que no obedecía a la perfección total del resto de su belleza.
Allí detuvo por un rato su mirada... y levantó su barba hasta mirar a los ojos de ALEIA.
- Intentalo. No podrás. Nadie ha podido cumplir con todos mis deseos. Pero si lo logras, te prometo .....
Y le dijo al oido algo que hizo temblar a ALEIA de placer.
El mismo día fue conducida a un recinto cercano al rey, y allí era llamada cada tanto, de manera cada vez mas frecuente.
Realmente ALEIA era la persona indicada. Era capaz de tocar el laud como ninguna, y de bailar la danza de los siete velos. Su cuerpo era el fruto mas jugoso que el rey hubiese podido ver hasta ese momento. Y había visto tantos¡¡¡
Pero ALEIA tenía un problema. Y el rey era un experto en detectar el pequeño lunar en medio de la piel mas clara y pura. 
El sabía que tras la virtud mas extrema siempre había algún defecto, algún exceso.
Y ALEIA con cada logro con su rey fue volviendose cada vez mas confiada, mas segura, casi soberbia.
Cada llamdado de su rey la hacía sentirse superior, única. Y empezó a humillar a los que hasta ese momento eran sus pares, hasta sus parientes.
Una noche el rey esta ABURRIDO. Había problado ALEIA toda la corte de bufones, de músicos, y hasta se había armado una contienda entre dos tigres que terminaron despedazando a un pobre gladiador, que les fuera tirado. Nada lograba conmoverlo.
Entonces ALEIA recurrió a sus cuentos, sus relatos, en la cámara del rey, donde le mostró algo que nadie había visto: su deseo.
Se dejó llevar por primera vez por los temblores del deseo mas atroz, que ninguna mujer manifestara ante su señor, solo pendientes de cumplir con su pedido, el de El. 
Este primero contempló extasiado, pidiendo más. Ella, ya terminado su estertor más profundo, plena del placer autogenerado, sus manos cubiertas de sudor, lo miró y el sonriente le dijo:
"OTRA VEZ..."
Ella siguió. Se sacó toda la ropa, y volvió a dar salida a todas sus fantasías mas audaces, usando difraces, trucos, la compañía de jóvenes que formaban con ella un elenco de belleza inigualable, de placer extremo.
El rey cada vez se mostraba mas contrariado.
QUIERO MAS...
ALEIA estaba agotada, su antigua seguridad perdida. El placer ahora era dolor en sus partes mas íntimas, desgarradas. Le dijo:
-Señor, os ruego que espereis un momento, y os daré todo. Os lo prometo. Sabés que jamàs os he defraudado.
Y retirandose a otro cuarto, llamó al matarife del rey y le dió orden de sacarle la piel, desollandola, dejandole ver lo que había abajo, mas alla de lo visible, de lo inabarcable por cualquier vista humana.
-QUIERO MAS¡¡¡¡
Se oía....
El terror se apoderaba del pueblo.
ALEIA, cubierta con un manto blanco, que fue tornandose de a poco en rosado como una flor, se fue acercando de manera extraña a su señor, hasta caer delante de sus ojos, y allí la vió, en el suelo, SIN PIEL.
Las otras mujeres del serrallo estaban horrorizadas, los eunucos temblaban pálidos.
Y el rey, inmutable, comenzó a .....REIR¡¡¡¡¡¡
-"ESO SI QUE FUE ORIGINAL. Me ha dado sueño".
Se retiró a sus aposentos y quedó dormido como un bebé.
ALEIA yacía sobre el suelo, desvanecida, latiendo aún. Su piel cubría el cuerpo del sultán.
Por una noche había logrado lo imposible: sacarle al rey su aburrimiento   

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