sábado, 26 de marzo de 2011

DE PASEO


Iban los dos tomados de la mano, como si la vida fuese eso: ir de la mano caminando, cruzando calles transitadas, evitando ser atropellados por gente apresurada.
A pesar del verano, y el calor, algunos transeúntes tomaban sol en la plaza de Mayo, en tanto eran mirados por otros vestidos con sus trajes de oficina, formales y casi equiparables a  armaduras ciudadanas.
Los oficinistas caminaban apurados, como siendo testigos subrepticios de ese sacrilegio de sol y asfalto.
Ella saludaba a todos los gatos, y misteriosamente, ellos siempre le contestaban.
Un duelo de palomas se apartaban para darles paso, ante el abracadabra de la sonrisa de ella. Luego se cerraban.
Él cortaba ramitas de los arbustos florecidos, mientras se explayaba en una idea. 
¡Era increíble como se le ocurrían esas ideas cuando hablaba con ella, cuando se escuchaba pensar en voz alta¡ eso era mucho mejor que la felicidad...¡
El tiempo transcurría, imperturbable,  pero siempre se repetía alguna parte de esta rutina.
Ella sonreía y hacía algún comentario irónico, y él se deleitaba escuchando su voz, la de él, mientras desarrollaba su tesis sobre las relaciones libres:libres de compromisos, libres para amarse sin límites, libres de celos y de reglas rígidas. Solo así imaginaba él que se podía amar.
No llevaban anillo, porque era cosa de burgueses, y ellos no lo eran.
El no le pidió matrimonio, ella no lo esperaba.
La avenida de Mayo se llenó de ocres y de viento. Nubes grises alternaban con ese solcito que había que aprovechar para sacar a pasear a los niños. 
Así empezó el duelo por la pérdida de las flores, y para resarcirse,  las parejas recurrían mas al calor de los abrazos de él sobre los hombros de ella. 
Ella ahora miraba su incipiente panza que levantaba un poco el largo de la pollera por delante,  y se dejaba llevar por el viento que alzaba las hojas y su falda al unísono, escuchando la música de las librerías de la calle Corrientes, que alternaban el ritmo del jazz con el del tango, en la voz del polaco Goyeneche.
El seguía escuchandose decir cosas maravillosas, estimulado por esta mujercita que lo acompañaba a caminar, sin compromisos, así, sin más.
La vida era ir de la mano caminando. 

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