lunes, 28 de febrero de 2011

LOS NIÑOS Y LOS CIEGOS

El cuenco estaba vacío. Todo el que pasaba miraba al hombre sin piernas y sin ojos, repetir su letanía, como un mantra.
Lo miraba el vendedor ambulante, con desprecio. El empresario apurado saltaba del auto al hotel evitando su figura.
Las mujeres se deleitaban delante de las  vidrieras y charlaban, pasando por delante de él, sin notarlo, sin verlo.
Para ver hay que estar predispuestos, preparados. Uno está educado desde chiquito para negar la realidad de lo que no conviene ver. 
Es más, se nos prepara para ver y para no ver. 
Pero prepararse es duro y lleva tiempo, de habituar el cuerpo a cierto grado de espanto. 
A mirar de frente a la injusticia, a no darle vueltas a lo dado.
Los perros hacían su despliegue continuo de husmear olores y mostrar dientes.
De tanto en tanto un ladrido y otra cosa.
Un niño pequeño, de la mano de su madre, con ojos recién nuevos,  sin prisa ni recelo, miró a TRISTAN  a los ojos. 
-¿Qué?, ¿por qué no tienes piernas?
- Las perdí en la guerra.
- ¿En qué guerra?
- En la que perdimos hace tiempo... 
De allí en mas nadie ve nada, pero yo, me quedé ciego.
La madre arrastró al niño que miraba azorado. 
Ver y mirar parecen lo mismo. Pero pueden resultar hasta cosas opuestas. 
El único que veía en ese lugar lo que pasaba, era el ciego.  


LEONIDAS GAMBARTES

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