La vida de las mujeres y los hombres ha sido de carácter tangencial. De nuestras alianzas espontáneas o estratégicas, o estrategicamente espontáneas, han nacido generación tras generación. Pero nuestras vidas, si lo observamos a fondo, han transcurrido por carriles bien distintos.
Nuestros placeres no son compartidos, en su mayoría.
Nuestros espacios, siguen siendo espacios estancos.
Nos une el deseo sexual, que logra encuentros muy acotados, y luego vidas en común que compartimos, con gran dificultad para renunciar a nuestros respectivos espacios.
Las mujeres tenemos nuestro mundo, nuestra moda, nuestros placeres, nuestra sensibilidad muy diferente a la de los hombres.
No por ello no compatible o comunicable: diferente.
Compartidos entre nosotras por medios de códigos en común, al que los hombres en general, son ajenos.
Es que la necesidad de preservarnos del maltrato y abuso de poder masculino nos ha habituado a preservarnos en este tipo de hábitos muy nuestros.
Ahora es indudable que necesitamos de la presencia masculina como árbitro de los logros de nuestros esfuerzos para que el placer sea completo.
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| Leonid Afremov |
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