sábado, 1 de junio de 2013

LA RUECA Y LOS ACERTIJOS. 

Era tan curioso que no se le escapaba nada de lo que ocurría a su alrededor. 
Su curiosidad era multiforme. Andariega y deambuladora de enigmas. 
Porque no hay enigmas más que para la gente curiosa. 
Solo los insatisfechos que buscan encontrar, en los lugares expuestos a la vista de todos, alimento para seguir anhelantes, insensantamente sedientos de saber, pueden saciar su sed de nada, de todo, de eso que la mayoría de las gentes aprende a colmar con un poco de paciencia, chupándose un dedo, como hacemos de pequeños...
Hay gente que no se conforma. Rompe las respuestas para averiguar que esconden más allá de la comodidad que encierran. 
El era un niño curioso. Y preguntaba. Hasta que se dió cuenta que las respuestas no tenían por objeto saciarlo, sino calmarlo. No tenían por objeto que supiese sino para que callase.
Entonces empezó a investigar. A leer las cosas venciendo la tendencia de los ojos a no ver, soportando los ruidos hasta que se transformasen en voces articuladas de acuerdo a un patrón: no cerrar el circuito de las preguntas, por efecto del miedo, o la ansiedad. 
El mundo estaba lleno de ruidos extraños. Salvo el arroró que lo meció de chico, otras voces sólo lograron desconcertarlo, ponerlo en peligro de muerte. 
Por eso ahora prefería convivir con cierta extrañesa que le permitía conocer, con el tiempo, las alas de la belleza. 
Todo en la vida transcurre en el tiempo. Y se paga con itiempo. 
Es en este material que se debe elegir entre lo deseado y lo temido, lo que se nos entrega y lo que venimos buscando más allá de los encuentros posibles, las cunas calientes, las caricias seguras...
Él era un curioso que no resignó jamás ningún pájaro volando, por centurias en sus manos delgadas y sensibles. 
Pablo había logrado descifrar que el mundo no tenía respuestas seguras para darle, sino arrorós y misterio. 
Y entonces, de forma silenciosa, pero tenaz, comenzó a construir una rueca. Un aparato simple con el cual hilar la vida.
Así, la gente se empezó a acercar a su tienda, en medio de la plaza del pueblo en en ocasión de las festividades patronales, a pedirle un trozo de luna hecho en un lienzo, o una estrella fugaz hilada con doradas con artes herméticas, tejida a la usanza de las hadas madrinas de los cuentos que escuchó de niño. 
Un día ella se presentó a pedir trabajo. Llevaba un niño en sus brazos, y su cara era bella y extraña. 
Pablo no lograba descifrar cómo esa belleza se desplazaba por el mundo sola y anhelante. 
De ahí en más, esa mujer fue su territorio inexplorado. Empezó a encontrar allí tantas respuestas que no le alcanzaron sus manos para asirlas, agarrarlas con fuerza para que no se le callesen, y preñasen la tierra de vegetación salvaje. 
Se dedicó a leer el mapa de su cuerpp hasta conocer todas sus coordenadas, sus oasis, sus volcanes soterrados.
Hasta lograr descifrarlo algo cambió su vida: una mujer sólo entrega su alma a quien hace de ella su eterna aventura. 
Y de allí en más, Pablo fue un agricultor, y donde ella iba, él se dedicó a sembrar los vientos con palabras llenas de respuestas, para ella, para todos los enamorados curiosos de ese extraño mundo. 
Un curioso es un enamorado que no logró descubrir su territorio amado. 
Luego de agotar sus pasos incasables en siestas fecundas y abrevadas en dulces despertares, Pablo supo que un ser es algo más que una apuesta a desafiar lo desconocido: es un enigma que necesita sombra. 
Un día, si que nadie lo viese partir, se deslizó fuera de la manada de hombres que nada necesitaban saber. 
La sombra sólo se aprecia cuando se toma distancia. 
Cada tanto algún forastero mencionaque lo vio corroborando las salidas del sol, y los atardeceres de invierno. 
Ella espera. Sabe que él volverá. Atenta está al rostro de cada forastero.
Cuando la curiosidad aparezca en un par de ojos claros, y las manos urgentes busquen anhelantes lo simple, lo dado, allí abrirá sus brazos. Allí estará su amado.

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