domingo, 15 de enero de 2012

MONÓLOGO.

"No puedo dejar de oscilar entre un bienestar momentáneo, sostenido a fuerza de obligarme a ver las cosas desde una perspectiva ajena, extraña a la mía y un conocido y transitado malestar endémico.
Prefiero el primero. Si bien es un tanto artificial, es mío, fruto de mi trabajo sobre emociones, mías también.
Se puede, ya lo creo, decirse a uno mismo las cosas necesarias para hacer entrar en razones a esos aspectos propios que se resisten a crecer, a madurar, a respirar sin esa opresión contante que parece ser un vestigio de la niñez.
Ya no hay porque tener miedo. Soy grande. Nadie más grande que yo me puede traicionar, abandonar, defraudar.
Creo que uno de los sentimientos mas duraderos es el de la invalidez de un niño.
Se arrastra eternamente esa raquítica carga como si fuese la mayor fuerza que se puede ostentar. Y ella resiste.
Los momentos de fragilidad, en que uno está en carne viva, esos en que esperaba una sonrisa y se encontró con una cara seria debajo de la máscara maternal, son los que eternizamos.
Nos persiguen en los sueños, como un anhelo de ser agotados a puro recuerdo, no importando el costo.
Hoy en día me siento mucho más feliz que cuando mi vida dependía de otras personas. Soy capaz de hacer y decir lo que siento sin que eso sea un riesgo para mi vida.
Sin embargo, esa eterna huella de fragilidad aparece y muestra su perenne marca.
¿Que hacer cuando el pasado no cesa de ser presente?
La niña con trenzas agarradas con tanta fuerza que le hacen doler la cabeza, aparece por debajo de las arrugas, los besos recibidos y dados, las palabras que nunca dejo de esperar....
Ella se hace presente de repente cuando algo me afloja las piernas, y la seguridad de la mujer deja lugar a ese manojo de sensaciones incontrolables que la niña que hay en mi no puede terminar de transitar, como su karma, su letanía vital, su eterno mañana que no termina de no llegar.
Soy feliz con los atardeceres solitarios, preñados de actuales brillos silenciosos.
Nada de voces que me confundan. Mi voz es un manantial que fluye cuando el temor se retira, y puedo cartar, simplemente cantar".
Este monólogo se desarrollaba sin ritmo, de forma sorda en la cabeza de Jessica.
Su mirada se deslizaba por el jardín soleado, y no sabía si se estaba sonriendo o defendiendo su derecho a no saber nada, ni sentir nada, solo el aire fresco del atardecer.
El ocaso se hacía presente, cerrando promesas, abriendo de nuevo el muro del tiempo. Jessica simplemente miraba.



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