domingo, 21 de agosto de 2011

BARBA AZUL - CUENTO

LEE WEISS

1
Mi mamá se sentaba frente al dressoir y se maquillaba. Cada línea marcando los ojos, resaltando su color oscuro, y la base clara, que hacía que la piel se destacase de manera artificial. Mi madre era actriz.
Era evidente en su manera de modelarse frente al espejo. Ella diseñaba su personaje: ELLA.
Yo la miraba arrobada. Me sorprendía cada gesto suyo frente al espejo. Mientras se arreglaba, me hablaba. Se hablaba.
Luego, de grande, supe que siempre se habló a sí misma. Ella nada esperaba de esa nena que la miraba con ojos enamorados. Solo se veía a sí misma de pequeña, siempre una nena que soñaba con volar:” Pajarito”, la llamaban. Ella pasaba horas contándome de su infancia, de su madre que la dejó al cuidado de Mini, mientras viajaba por el mundo para ganarse el pan.
Creo que mi mamá nunca entendió porque la dejaba con MINI, nunca creció. Siguió siendo PAJARITO.
Mamá terminó de arreglarse, eligió el calzado de entre innumerables pares de tacos altos, de distintos diseños y colores. Los zapatos eran sus objetos preferidos. Tenía cientos de ellos. Para sus pequeños pies.
Se cubrió con un tapado de piel de nutria. Oscuro, como sus ojos, como su pelo, como el postizo que caía en su espalda.
Yo amaba a mi madre. Ella no me veía.

2
ELLA se había ido, y me había dejado con mi abuela. Esa abuela postiza que ya había criado a mi mamá y ahora hacía lo mismo conmigo.
Tenía una eterna pañoleta de lana negra, y un ojo de vidrio. Eso lo supe de grande. Para mi todas las abuelas eran como MINI.
Ella solía cocinar guisos riquísimos, y budín de pan, aprovechando el pan viejo. Y transformaba lo que ya no servía en un manjar. Tenía el don de transformar las cosas, y reciclar las palabras. Era la maga de los cuentos.
Luego de la cena, le pedí lo que había estado esperando toda la noche: un cuento.
Ya soñaba con estar abrigada en la cama, jugando a que era una huerfanita que recibía cobijo en un hogar de una anciana amorosa que me daba de comer y alimentaba también mi curiosidad y mis ganas de ser querida.
MINI era una mujer analfabeta. De origen vasco. Y con el don de la palabra fresca y espontánea.
Hacía con los cuentos lo que los chicos amamos: repetía siempre las mismas palabras, que se transformaban en talismanes preciosos
Si se olvidaba una, yo se la recordaba. Y cuando terminaba el cuento, yo ya iba cerrando los ojos para continuar el viaje a esos parajes de mundos amados, mundos de palabras interpretadas con esa expresividad que Mini solía transmitir.
3
Mini ya se había dormido. Yo, por algún motivo, me había despertado y estaba desvelada.
Ya no me importaba lo que había pasado con Piel de Asno y el príncipe que se enfermaba de amor.
Pensaba en mi madre. Esperaba, sin decírmelo, su regreso. Y de repente sentí la puerta, y una voz masculina que sonaba estridente.
Me dio un vuelco el corazón. Aun no lograba olvidar la última vez que escuché la voz de mi papá antes de que no volviese a abrir los ojos. Luego de su muerte a tan temprana edad, yo no podía contar que mi papá había muerto.
Mientras se me mezclaba el semi sueño, con mis recuerdos, me cercaban los golpes del presente.
Mamá hablaba muy alegre, y se oyó música y la voz melodiosa de ella, cantando una zarzuela:
Luisa Fernanda.
Todo el odio hacia esa voz masculina me invadió el pecho. De repente lo odié.
Sabía quién era. Lo que hacía en mi casa. Y también de su vinculación conmigo, que mi madre develó poco antes de morir mi padre, precipitando su muerte.
Era mi padre. Mi padre biológico. Y había sido el mejor amigo de mi fallecido padre.
Recuerdo que luego de un enorme ataque de bronca, vi todo rojo y no recordé nada más.
Epilogo
Tiempo después supe que esa noche tuve un ataque nervioso. Hablaba dormida, e insultaba a mi madre, llamándola ASNA, y a él BARBA AZUL.
Se me juntaron todos los cuentos de MINI y parece ser que él se asustó de esta niña que lo echaba acusándolo de ladrón, de infame.
Y no volvió nunca más.
Con mi madre vivimos días tristes y callados hasta que fui lo suficientemente grande como para partir de su casa y no volver.
Ahora, a la distancia, recuerdo esa noche en que los cuentos se transformaron en pesadillas y oí por única vez esa voz, y los cuentos dejaron de ser el bálsamo, para ser el comienzo del adiós.

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