jueves, 27 de enero de 2011

LAS BUENAS GENTES

Juancito miraba por la ventana, pasar en bicicleta la tarde, mientras sus piernas, reposadas en la silla, no respondían a las ganas irreprimibles de pedalear para llegar del otro lado del valle.
Si, más allá de ese valle donde entró una vez en esa casa desierta, vieja y abandonada, con su amigo Lorenzo. 
 Se comentaba en el pueblo que algo extraño había sucedido en la que había sido la mas hermosa y lujosa de las casas de lugar.
Se habló de un delito, de una muerte misteriosa... También de un secuestro. Nada de eso fue corroborado.    
Lo único fuera de toda duda fue el cartel de venta puesto sobre el frente de la casa.
No obstante, la casa nunca se vendió.
 Las telarañas y alimañas se adueñaron con  su habilidad y constancia consabidas, de lo que antes eran paredes blancas, estuco, puertas lustradas. 
El abandono nada lo perdona. 
Los pájaros se acostumbraron a hacer sus nidos sobre los cantos de los postigones entreabiertos. 
Las malezas de a poco fueron haciendo ceder la resistencia del piso de mandera de roble, para crecer entre sus rendijas, cada vez mas pronunciadas. 
Finalmente, como siempre pasa, la naturaleza se impone a todo intento humano de dominarla. 
Las habladurías, en tanto,  tejían historias acerca del destino de la familia desaparecida como por encanto, y vinculándolo con el deterioro que se fue adueñando  de la casa.
Finalmente terminó ésta por ocultarse de la vista del pueblo tras las malezas. 
 Es bien sabido que la gente en los pueblos acostumbra a construir historias anónimas, que se van enriqueciendo de boca en boca, y superan cualquier posible realidad que les pretenda hacer frente.
Es más, diría que no hay nada mas difícil que tratar de oponerse a un mito que se sostiene desafiando toda demostración.
Todos aseveraban al tiempo de haberse ido los ACEVEDO, haber visto de noche, a traves de las ventanas entreabiertas, a una mujer de blanco deambular por las estancias de la casa. 
Se decía que ella había muerto y era su espiritu el que vagaba sin rumbo, y que por tanto, no admitía otros habitantes en el lugar.  
Los únicos que se animaban a violar sus puertas casi entreabiertas, sus ventanas desguarnecidas por el tiempo, eran los enamorados, que buscaban lugar para sus encuentros nocturnos. 
Allí llegaron esa tarde, ya  a punto de oscurecer Juancito y Lorenzo.
 Tras atravesar todo el valle, y mucho andar barrio adentro, entre casas pobres, con chicos bañandose en charcos y tinas para calmar el calor del verano, se sentaron ambos a descansar, cuando una moto apareció de pronto a toda velocidad atropellando a Juancito,   Y dándose a la fuga. 
Entonces el niño, que no lograba ponerse de pié, se apoyó en su amigo, y ambos intentaron desplazarse. Juancito a la rastra, lagrimeando. Hasta que vieron perfilarse por entre las matas,como a una aparición,  a la casa. 
Allí estaba, enhiesta, blanca, espaciosa. Impecable. 
Sus luces prendidas para esperar la noche, con colores amarillos que ahuyenta a los mozquitos.
El brillo, el lujo y la limpieza del lugar contradecían todo lo que había escuchado en el pueblo y por su misma madre.. 
Lorenzo dejó a Juancito en el rellano de la puerta, y entró  a buscar ayuda. la sangre seguía manando sin cesar de las piernas de Juancito.
 Y en tanto avanzaba se iban abriendo las puertas de la sala, luminosa y con una gran mesa para una docena de comensales. 
Los candelabros encendidos, los platos dispuestos para la cena. Primorosos  cortinados de gaza, que se movían desplazados por el paso de la leve brisa que avanzaba acompañando a los niños por la estancia.
Apareció entonces una señora vestida de blanco, con largo cabello castaño, rostro sonriente, que parecía estar esperandolos.
Tenía una caja en su mano derecha, de la que sacó elementos de enfermería y tomando la mano de Lorenzo, fue hasta donde había quedado Juancito.
 Arrodillándose, se puso a curar las heridas de las piernas del niño. Enroscó  y apretó fuerte una tela blanca que sacó de entre los pliegues de su vestido, sobre la herida, parando así el sangrado. 
Tan dulce el roce de esas manos¡ El sonido de su voz que le decía que ya pronto nada le dolería...¡
juancito jamás olvidaría a esa señora. 
Una música suave provenía de algún lugar de la solariega vivienda. 
AL terminar la tarea, la señora se levantó y desapareció en la cocina, para volver con un refresco.
Juanito sentía su cabeza algo floja. La señora posó su mano en ella y luego todo fué oscuridad. 


La mirada de Juan seguía recorriendo esa distancia que lo separaba del recuerdo de su visita a la casa embrujada. 
Nunca más había podido volver allí,dado que a pesar de las curaciones  que le realizaran para salvar sus piernas, no pudieron lograr que volviese a caminar. 
 Se enteró, por su madre,   de que las llamas habían sido generosas con el recinto y poco habían dejado en el lugar, de lo que ambos niños habían conocido.
Ella solía recordar como los niños habían sido encontrados por un vecino del caserón abandonado, estando juancito desmayado y Lorenzo en un estado de total desesperación. 
Volviendo de su ensoñación, Juan dió vuelta la silla de ruedas para acudir al llamado de su madre, quien nunca se había acostumbrado a verlo en ese estado, y aún hoy sigue creyendo que todo fué por culpa de la bruja de la mansión, que se paseaba de noche entre las llamas, en los aniversarios de la fiesta del pueblo. 
Ella nunca supo que Juan no vió ninguna bruja y sí a una hermosa mujer, que paró con un  torniquete la hemorragia del niño, evitándole una muerte segura.   
No hacía falta, nadie cree en las buenas gentes. 

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