sábado, 18 de mayo de 2013


La inconsistencia entre los dichos y los hechos tienen efectos alientantes, enloquecedores. 
Uno finalmente debe elegir, por su propia salud mental, elegir defenderse del dolor y la vergüenza ante lo que no comparte, o adaptarse a que las situaciones a las que nos debernos enfrentar son paradojales, y como tales, adaptarnos y sufrir lo menos posible es un signo de cierto grado de salud. 
Por otro lado, me niego a tomar como normal la pérdida de la capacidad de defender el derecho de cada ser humano de pensar y obrar en consecuencia, más allá de que el entorno no sea propicio para lo que hoy se consideran "meros escrúpulos  lo que antes considerábamos "valores" que daban sentido y marco a nuestra forma de asumirnos como seres humanos. 
Si hay algo que no debería nunca perderse es la esperanza en que haya lugar para ejercer el derecho a realizar auto críticas, y por tanto críticas. 
Cuando uno se siente en peligro por no compartir los valores detentados por las mayorías, estamos indudablemente ante un grave estado de falta de libertad. Y si bien la libertad pude parecer una quimera a quien tiene necesidades básicas no resueltas, el hecho de no poder ser dueños de decir NO nos hace perder la condición esencial del ser humano: el peso simbólico de la palabra.

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