lunes, 9 de enero de 2012

LOS SERES SIN PASADO. (continuará)




Estefanía era chiquita cuando se había cortado el último puente público para llegar a tierra. 
Se acordaba con bastante claridad, cuando hacía ese ejercicio prohibido de la memoria,  que en una oportunidad una chica se quiso quedar en el bajo, con su amigo, y nunca más volvió a saberse de ella. 
Luego de eso, no se tuvo más  noticias de contactos oficiales con esa parte dela ciudad, marginada, indigna de ser siquiera mencionada. 
Los amigos de Estefi solo miraban hacia adelante y hacia arriba. Nunca para abajo. 
El que caía por algún motivo, era olvidado. No se podía perder tiempo y energía en lo que había perdido altura.
 Había que estar en el aire.
Edificios inmensos construidos con un concepto de la vida vertical, se conectaban entre sí por ascensores horizontales y verticales, que cruzaban la ciudad. 
Vehículos aéreos trasladaban a los habitantes de la nueva urbe a los lugares mas lejanos, para evitar tener que cruzar tantos edificios intermedios...
Ella era una chica con propensión a la nostalgia. Se le quedó gravada a fuego la imagen de esa joven que dejó todo lo conocido y lo seguro por quedarse con su amor, allí en esos lugares donde hasta hacía un tiempo habitaran todos los que hoy solo sabían  de alturas y edificios, de comunicación virtual y de entradas codificadas. 
Ella tenía quince años, pero recordaba algo acerca de casas cuyas puertas se abrían para ir a jugar, así, sin más.
Todo esto pasaba por su cabeza, mientras estaba en esa clase de geografía. Tomaba sus clases en la habitación mas iluminada de la casa, donde estaba la pantalla mas grande y mas nítida.
 Allí podía realizar sus video conferencias con  compañeros y así estudiar antes de dar las materias.
Su madre nunca mencionaba de  vida pasada. Ella sabía  muchas cosas, recordaba aún.  
Mas allá de la prohibición que rigiera en la actual sociedad, de dar por borrada esa época de la historia, casi ya una pre historia, Estefanía sabía que su mamá recordaba. 
Algunos datos extraños le daban la pauta de que, soportando el dolor de la ausencia y el ostracismo, Laura diariamente ejercía la disciplina del recuerdo de su casa de niña, de su novio de joven, de ese pasado decretado inexistente. Laura era una transgresora. Estefanía lo sabía. Y temía por ello. 
Su madre era una mujer fuerte. Había sabido sobrellevar una relación complicada con el padre de Estefanía hasta que éste se fuera definitivamente de la casa. Estefi no preguntaba nada. Sabía que poco podían contestarle. El ya no estaba allí. 
Cada tanto lograba saber de él por la red. El se conectaba desde algún lugar clandestino del bajo, y le mandaba algún mensaje de cariño, algún halago a la distancia.
En geografía se había hablado algo acerca de lo sucedido hacía ya doce años. Entonces fue cuando hubo una epidemia de esa fiebre que se contagiaba con la nostalgia. 
La gente se acordaba, de repente de algún ser querido y se ponía triste, tan triste que dejaba de comer, de levantarse, de salir de la cama...y de a poco iba quedando adherida al amor perdido, hasta que su cuerpo se transformaba en una sombra, una quimera.
Esa fiebre acabó con una generación entera. La otra, la de la madre de Estefi, resistió firmemente, con la consigna de NO RECORDAR, SOLO AVANZAR.
Así, se fue cortando todo contacto con el pasado, y éste fue quedando baldío.
Limitado a  los linyeras y buscadores de ocasos, de causas perdidas, los noctámbulos y criadores de gatos. Si, gatos, esos animales que se habían resistido a viajar a los rascacielos. 
Extraña la situación de esos animales...los  que fueron llevados, muy a desgano, murieron al poco tiempo, no se sabía bien de que mal. Pero alguna relación seguramente tenía con la famosa fiebre de nostalgia que había abatido a las personas de los setenta. 
Los gatos se quedaron a morar las calles abandonadas por el poder y el orden. 
Ellos seguían en ese lugar donde todo era sombra y algun rayo de luz que filtraba de algun lugar no edificado, cada vez mas escaso.
Estefanía había tenido un gato. Romeo era su nombre. Uhhh¡¡¡ Recordar era algo que le producía  un  gran vacío en el estómago. Le habían enseñado que era necesario olvidar, y mirar adelante. Que atras quedaba lo superado, lo caído, lo pasado. 
Pero cuando pensaba en su gato, todo eso era superado y un sentimiento inefable la embargaba. 
 Aún recordaba su andar sigiloso. Pero como estaba habituada a ejercitar el olvido, rápidamente su recuerdo se borró para dar paso a lo que tenía delante, la pantalla de televisión con la clase de GEOGRAFÍA. 
Seguramente encontraría allí a Segundo. El era su amigo desde hacía mucho, desde las épocas de la ruptura con el bajo, cuando ambos eran llevados por sus mamás a esos lugares que antes se llamaban plazas, en sus cochecitos y rodeados de perros. 
Un gran bostezo la doblegó. Y todo lo que había ocupado su mente, se esfumó.





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