VLADIMIR KUSH
1
John estaba sentado frente a Mirta, mirándola con ojos inexcrutables.
Sabía lo que generaba en esa mujer, a la que desde hacía días venía
acompañando en salidas, y eventos, así como en su trabajo cotidiano: el
restaurant.
Desde su llegada de Centroamérica, recorrida toda luego de salir de su país natal, Inglaterra, Argentina, más precisamente, Buenos Aires, era el lugar donde mas a gusto se había hallado.
Gentes que lo recibían con curiosidad no excenta de buen trato, y afabilidad.
Esa sociedad le sorpredía.
Y el había caído afortuandamente en el lugar apropiado para cumplir con sus designios.
El sabía mucho de mujeres. De hecho, siempre habían
sido su especialidad.
Mantener su aspecto firme, y ...dejarse amar.
El
resto lo lograba su estudiado desaliño. Ese cabello rubio con mechones que caían sobre esos ojos
gris verdosos que solo en su país natal eran habituales.
En más de
una oportunidad esos cabellos ocultaron destellos de ira, o de una
fragilidad que lo exponía demasiado a quien tenía enfrente.
Ahora,
acá, en esa lejana Buenos Aires, y en uno de los recovecos de su
provincia, en el norte, estaba protegido de cualquier sorpresa.
Ella
lo miraba y sus ojos se abrían ante él como mares inagotables, llenos
de curiosidad y pasión. El sabía bien que querían decir esos ojos.
Mirta
estaba enamorada. De casi cuarenta años, buena en el amor, pero con mas avidez que la que podía satisfacer a través de la tranquilidad del lugar, y sus manos habitantes.
La llegada de este
extranjero era una grata sorpresa que partía la monotonía pueblerina. Hasta ese momento ella se había mostrado fascinada, atenta y muy expresiva, se diría, sin conocerla, que estaba feliz¡
El miró hacia otro lado, eludiendo estas palabras que bramaban por salir, y se posó en un horizonte indeterminado.
Estaría
los próximos meses en este tranquilo lugar, donde podría pensar y
descansar, sin temer que nada de su vida cotidiana insidiese en este
oasis del fin del mundo. Porque eso le resultaba buenos aires: el fin
del mundo.
Su gente, cálida en sus gestos, por demás, casi payasesca, en esa
expresividad sobreactuada propia de los orígenes itálicos de sus
pobladores, sus onduladas tierras verdes, interminables como mares de cesped, y ese clima que le recordaba al de
su patria.
Todo ello era un motivo más para cobijarse en la falda
de esta gente culta pero primitiva a la vez, y aceptar eso que siempre
lo sedujo de las mujeres: su amor incondicional.
Su madre había sido su maestra, su amiga, su todo. Quizás demasiado más que su madre.
-EY, John, querés venir hasta el quiosko cerca de la plaza a ver como tiran las luces artificiales? No sé si te gustan... Me entendés?
Ella
lo miraba como desesperada por captar de alguna manera su atención, ansiosa como quien ve pasar un sueño muy querido estando a punto de
despertar.
-Fueigoos artifficiales... ok. vamoooossss.
Y allí
fueron, de la mano. Ella apretando esa húmeda mano delgada, blanca, que
la hacía estremecer todas las noches desde que lo viera llegar a su
casa.
-Se que debés estar acostumbrado a estas cosas... acá esto es todo un evento...
Ella enfatizaba y usaba sus manos como si pudiesen expresar lo que las palabra nada podían... Que equivocada estaba¡¡¡
EL
sabía mucho mejor de lo que se imaginaba ella lo que pasabe en ese
pecho que subía y bajaba ante cada mirada suya, suspirando ante cada
roce que se daba espontáneamente entre ambos, sin buscarlo...
Esa
noche ella estaba particularmente alegre.
Había bebido algo más que lo
acostumbrado y se le notaba la pérdida de ese freno que hasta ahora lo
defendiera de su deseo expuesto de hembra en celo.
-Vamos, John, caminemos, no te haré nada. Está bien que sos chiquito... pero no creo que seas virgen.
- No enti.enndo. Que es eso de VIRRRGGENNN??
-Ella
ya estaba arrinconando a John contra un árbol, alejado de todo el
tumulto del pueblo. Puro cuerpo de mujer que no da dudas a su reclamo. Ni admite un no.
Desparpajo y naturalidad indubitable.
Se nubló todo. Todo fué túnel gris y un mareo que lo hizo casi desvanecer y algo le oprimió la garganta. Sus manos parecían no
formar parte de su cuerpo y se mostraban ajenas a toda orden de su
cabeza.
Él siempre había manejado bien esa situación hasta que HELLEN lo enfrentara esa noche y le pidiera una definición. Las palabras de ella humillantes, sus desplantes de mujer insatisfecha, todo volvió a dolerle en lo mas profundo de su herida.
Años
de noviazgo eran el preambulo de el duelo que llevó a ese oscuro
episodio con el auto de la joven heredera de los BURTON en el río, y
ella adentro, muerta ahogada, luego de una noche de alcohol y
desenfreno...
El de pronto volvió en sí. Ella estaba tratando de
soltarse de sus manos, pero estas oprimían con fuerza la garganta de la
mujer.
Poco a poco, luego de un estertor que casi pareció el relajarse luego del placer del orgasmo, Mirta pareció hasta sonreir. Finalmnente lo había conseguido¡¡¡
-No puedo permitirte esto, amiga. Se que no esperas esto de un Inglés correcto, circunspecto, formal y frío. No lo soy.
John vió caer el cuerpo extasiado e inerte. Se alejó silvando, como si nada hubiese pasado.
Adentrándose en el pueblo, volvió al restaurant, donde siguió con sus nuevos amigos, escuchando música.
Hasta que un ruido de sirenas rompió la tranquilidad ingenua de la noche.
2
Al otro día todo el pueblo hablaba, apesadumbrado, del crimen de Mirta, la dueña del restaurante.
El asesino había desaparecido, solo se había hallado al inglés, con ojos
de nada, inexcrutables, quien trataba de explicarse en su media lengua,
sin lograrlo.
-Ella estaba aquí y él le apretaba el cuellooo, éell errra..
Nadie parecía tenerlo en cuenta. Era tan inofensivo¡
Se sabía hacía rato que Sebastian no perdonaría el
abandono de Mirta, su mujer de tantos años, solo por la aparición de ese
intruso, un Inglés.
LLevaron al hombre a la cárcel, y allí estuvo, pese a sus protestas de inocencia.
-Ella nunca me dejó. Ustedes no entienden. Ella era así, una mina genial. Con fuerzas para levantar una montañas, y no es raro que se haya flechado del ingles.
Acá todos estábamos medio seducidos por su suavidad, sus buenos tratos. Era ya uno más de nosotros...hasta ayer.
¡¡Preguntenle a él donde estaba cuando murió ella¡¡
No hubo caso. La policía necesitaba rápido un autor para ese crimen o el pueblo se convertiría en un infierno.
Hubo varios implicados, y finalmente quedaron en libertad.
Sebastián volvió a su casa, con una tristeza interminable, infinita. Se había quedado sin usina.
No volvió a ver más al Inglés. Este se despidió luego de llorar amargamente la muerte de su amiga.
No se volvió a saber de él. Hay seres a los que conveniente y oportunamente, parecen tragar la tierra.
Epílogo
A los pocos días, John estaba caminando con Florian, y éste lo miraba, serio, callado.
Algo en Florian le atemorizaba y a la vez, excitaba enormemente a John.
Era como si pudiese atravesarlo con el gris de sus acerados ojos. Sus espaldas anchas, rotundamente masculinas. Su andar canchero.
-Vení, dame la mano.
- Que quierrres?
-Sabes bien lo que quiero...
Y
sin decir más, ambos fueron caminando por la playa, de la mano, John.
con ese calor que le producía el contacto de una mano masculina y
fuerte, firme, no gelatinosa, aprentando la suya. Siemrpre, desde la primera vez, allá de chiquito, en el campo de su madre, sintió lo mismo.
Allí, en la costa de Mar del Plata, nadie se sorprendió ante esta pareja de la mano.
Después de todo, una historia de amor entre
gays no era ninguna novedad, hasta en una playa de la costa argentina. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario