lunes, 1 de agosto de 2011

EL INFIERNO - cuento

Para salir del infierno, hay que cumplir con ciertas pautas.
Yo salí, eso creo, de ese pesaroso momento en que, pensar en el final de mi vida, era lo único que se me ocurría, para superar ese dolor de sentirme a merced de el descontrol mas caótico.
Noches de estar escuchando el latido de mi corazón con el espanto de sentirlo salirse de su ritmo y transformarse en algo autónomo. Una máquina fatal que pegaba coletazos en mi cabeza hasta hacerla clamar por un tañido de sopor.
El silencio está poblado de sonidos y ruidos estruendosos.Una y otra vez veía repetirse las mismas imagenes automáticas y fatales. El disparo, el silencio, su cuerpo y el mío. La caída.
Es mentira que el silencio es paz. Eso es el resultado de acallar las voces del horror, del miedo, del vacío.
He pasado noches enteras pensando que no iba a volver a dormir nunca más.
Que me vería condenada a vivir despierta y sin interrupción una noche eterna en la soledad mas absoluta, con la sola presencia de mi memoria clamando olvidar todo, y no logrando mas que retazos de pequeños vacíos de descanso.
El horror había cesado, yo lo sabía. Nunca más volvería a pasar quizás por lo que me había dejado en este estado de alteración.
Pero ya no importaba.El insmonio no tiene excusas. Te invade y no se retrae.
De pronto pensé en algo que puso un tope al movimiento contante de mis pupilas en el vacío: había algo sin retorno: la esperanza de volver a verlo.
Esa fué la mayor tristeza, que como un vidrio clavado en mi pecho, manó lágrimas incontables.
Y de allí en más, empecé a soldar cada nuevo segundo de poder esperar nuevos finales, nuevas lágrimas. Nuevas posibilidades de lograr que algo voviese a terminar, algo en mí, además de su vida.
De cada final, un nuevo comienzo nace y habita.
El ciclo de este desvelo en blanco y negro, terminó, como termina todo: hasta la angustia más absoluta, hasta el miedo mas atroz.
Y luego, el silencio. La nada.

No volví a intentar recorrer los pasadisos de esa noche de nuevo.
Solo recuerdo su muerte en la calle, delante de gente que nos miraba sin entender que ese era su ultimo segundo de intimidad con el mundo,y mi último momento en soledad con quien fuera mi amado hermano.

 Fue el primer instante de mi terror. Y no miré atrás.
Seguí de la mano de la esperanza blanca y luego amarilla, mas tarde rosada, y cada vez mas viva, mas suave, y mas tersa, hasta asir la mano de la persona que me tiraba para arriba con tanta fuerza que desperté...
Y aquí estoy, de vuelta.

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