Caminaba la mujer, de la mano de sus niños, y el horizonte siempre estaba a la misma distancia.
Siempre lejos, imperturbable, sin detenerse por nada.
Ella esperaba que el hombre que amaba y el horizonte,
se olvidasen de sí y la esperaran.
¡Pobre tonta, pedirle esas cosas al hombre era como esperarlas del alba¡.
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